Aún arde el fuego
en los estallidos donde tu nombre
danzará por mucho tiempo,
echaré de menos la calma
a la que habíamos llegado,
esa paz anclada en los besos,
la sed saciada nada más verte,
la sorpresa de interrumpir mis versos,
esa calma que no regresará,
por no habernos defendido
de un acoso soterrado.
Hay serpientes con alma,
con alma de hierro,
levitado sarcasmo
donde poco a poco germinan
los fondos negros,
que sumidos en sombras
confunden al amor y dan miedo.
Ahora ya todo es cárcel y tristeza,
todo es confinamiento,
ya no podemos refugiarnos
en el abrazo,
ni en el beso,
ni siquiera en la mirada,
ni en el sexo,
ahora, no podemos recorrer
los ángulos de nuestros cuerpos,
ni acariciar el cansancio
ni descansar el deseo.
Ha vuelto la serpiente al árbol
y no hemos sabido extraerle el veneno,
la verdad,
es que hemos dejado
que ese oscuro líquido
nos fuera llenando
de llanto dolor y desconsuelo,
siempre nos quedarán los recuerdos
donde han ardido flores
de fortaleza y silencio,
ese forma tranquila de hacer el amor
con generosidad,
yo seguiré soñando tus abrazos,
seguiré haciendo el amor con la sombras,
esas, que la mutilada luz que ya no encuentro
del azul de tus ojos,
ha dejado impregnado en el techo,
y, cuando sienta en mi pecho,
el estertor tan conocido
ese, que me sumerja en lo vivido,
de lo que hemos sentido,
ese silencio que seguirá siendo
solo tuyo y solo mío,
podré volver a bailar encima de las mesas,
esperaré bailando que llueva
por si el agua arrastra el desconsuelo,
porque ningún veneno deje rastro
en mis recuerdos.
Y, aunque me queden muchas noches en vela
sin encontrar postura ni descanso,
con las ventanas abiertas, por si quisieras entrar,
seguiré soñando que te quejas de frío
y me levantaré a cerrar.

                                             África Sánchez López