Yo sé que tu sangre es navegable,

lo sé porque lo he sentido,

porque han remado mis brazos

con la fuerza inexplicable del capricho,

con el ímpetu del deseo

de ser barco

en tu interior,

navegar en ti con brío,

propio de la pasión

de los que amamos libremente

porque sencillamente

nos nace,

nos apetece.

Yo sé, que en la espesura de tus venas

donde me sostengo apenas,

se fraguan caricias y besos

todos, todos llenos

de generoso alimento

que recorre alegremente

la geografía de tu cuerpo,

dejando un poso

de tranquilidad y sosiego.

es, en esa paz donde me duermo

justo en la yema de tus dedos

justo en el roce de tus labios

donde empiezan mis sueños.

Por eso,

sólo y sencillamente por eso,

ya nada temo

ni permito que los miedos

bailen al son de la duda

en la cresta hecha espuma

del mar abierto

en el que la traición ha naufragado,

donde ha germinado

la envidia,

donde se ha querido cambiar

la luz por oscuridad,

la verdad por la mentira,

en ese mar vengativo,

no quiero yo navegar,

que quiero remar con calma

por todo tu paladar,

encaramarme en tus dientes,

descolgarme en tu garganta,

salir y entrar

serena y pacientemente

al océano  de tu mirada,

en el dique de tus entrañas,

reparar con tu calor

la zozobra de otros tiempos,

esa, que me arrancaba

la paz en mi lecho

manteniéndome en vigilia

cual naufrago desesperado

perdido en su propia isla,

isla que ya no existe

esa, que se ha hecho cielo,

solo por eso,

porque me tienes y te tengo.

Porque te tengo

no soy

pero respiro mejor,

me rio, sueño, confío,

contigo o sin ti, siempre he sido

pero,

en tu sangre navegable

donde mis brazos han remado

tantas veces,

tantas, hasta perderse

queriendo encontrarse en ti,

mi barco se ha detenido

y quiere,

echar el ancla en tus tripas,

mecerse con tus suspiros,

de tus movimientos el ritmo

convertirlo en brisa

y la brisa en viento de proa

azotando la baluma

de las velas de tus ojos,

bajando luego a tu boca

buscando el pujamen

de tu labio inferior,

y la sal que reposa en las drizas

de mi velero,

ese barco que navega

confortable y serenamente

por tu sangre, esa que yo sé,

que es navegable.

Quiere mi barco, repito,

en ti anclarse por fin,

que seas el puerto de amarre,

el mástil donde se agarre

el grátil de mi vivir.