Me estremecen las pérdidas ajenas
aún de aquellos que en la lejanía
son simples estadísticas,
a todos los siento familia
hasta el punto de renacer en mí
un sentimiento trabajosamente olvidado
llamado culpa,
las ausencias con disfraz de muerte
inexplicablemente inevitables
por injustas,
se vuelven en mi carne
arroyos de dolor,
sequedad en mi boca,
pensar que se van sin un adiós
duele mucho más en la memoria.
Se niega el corazón a lo imposible,
a todo lo que llaman
lucha vana, y grito,
para sacudirme el miedo
de las entrañas
con un desesperado basta ya,
déjenme abrir la ventana
y reventar el dolor en los aplausos.
Ese sentimiento trabajosamente olvidado
de la culpa, me hace daño,
pues siento que no es suficiente
armarme de obediencia
y quedarme en casa,
con las despedidas guardadas.
Sin embargo, me encierro
sin encerrar los besos, ni los abrazos,
con cada nombre una espera,
haciéndole un guiño al cielo,
nombres que no conozco y me parecen hermanos,
sobrevuelan en mi ayuda
todos los voluntarios,
vuelvo a encerrarme dentro
y a las ocho, al balcón,
salgo y aplaudo.
Eso, es todo lo que hago.

                                              África Sánchez López